Van Gogh - Cielo estrellado |
Míralo. Es tu hijo, tu madre, tu vecino, un compañero de cuando ibas al colegio. Tú no le notas nada. No sangra, no le falta ningún trozo, ve, oye y habla bien. Le ves igual que siempre, vamos. Solo un poco más vago, o esa es la impresión que te da a ti. A veces, te pone nervioso, no llega a tiempo casi nunca, camina lento por la calle, aplaza citas con excusas algo bobas, te entregó muy tarde el último encargo que le hiciste… Esa nueva actitud te molesta, la encuentras absurda y empiezas a hacerte preguntas. ¿Por qué está tan raro? Ha cambiado mucho últimamente y no tienes ni idea de qué le puede pasar. Sí, te ha contado que tiene algo en los pulmones pero no te parece que eso tenga nada que ver. Tanta tontería ya cansa. Total, ¿qué tienen que ver los pulmones con hacer las cosas bien y rápido, con hablar a una velocidad normal, con tener la mirada igual de alegre que antes? Todo eso que cuenta te parecen un montón de excusas baratas. Crees que su comportamiento tiene más que ver con la voluntad, o mejor, con la falta de ella; o con el desinterés por lo que tiene delante, que viene a ser lo mismo. Quizá provocado por cierto desánimo, incluso depresión. Sí, eso debe ser. Lo que le pasa a tu amigo, a tu conocido, a ese familiar al que adoras debe ser más bien psicológico. Tú lo ves raro. No sangra, no le falta ningún trozo. ¿Qué pinta el pulmón en todo esto?
Bien. Ponte una pinza en la nariz y tápate la boca con un
esparadrapo dejando un solo orificio en el centro. Ahora echa a correr y luego
cuéntame hasta dónde llegas.
Pedro, Laura, don Antonio son los mismos de siempre. Te
darán la luna si se la pides pero, por favor, acuérdate de no meterles prisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para que cuentes eso que siempre has pensado y jamás te atreviste a decir: